Raquel Morales, 33 años, panadera: “Empiezo de madrugada, pero ver la ciudad despertarse con el olor del pan compensa todo”

Raquel Morales, 33 años, panadera: “Empiezo de madrugada, pero ver la ciudad despertarse con el olor del pan compensa todo”

Una mujer, 33 años, manos harinosas y un reloj que suena antes que el sol. Entre hornos y cuentas, entre el precio de la harina y el tiempo de fermentación, su jornada empieza cuando la ciudad todavía sueña. ¿Vale la pena? Raquel Morales dice que sí, y su respuesta huele a pan recién hecho.

Las luces del obrador destapan una coreografía sin público: cuencos, pesas, banetones, bolsas de harina marcadas con rotulador. La ciudad huele a pan antes de abrir los ojos. Raquel Morales, coleta alta y mirada muy despierta para la hora que es, mete los dedos en la masa como si saludara a una vieja amiga. Habla poco, escucha mucho el silencio del amanecer. Hoy amasa distinto.

La ciudad que despierta con pan

Raquel tiene 33 años y un horario que gira alrededor de la palabra que más repite: madrugada. Llega antes de las cuatro, cuando la calle es de taxistas y panaderos, y las aceras parecen susurrar. Lo primero que hace es oler la masa madre, porque ahí está el estado de ánimo del día. Si el ph suena a música suave, la jornada va bien; si está ácida, toca paciencia y manos firmes. Su vida cabe en esa balanza.

A las 5:40 entra Javier, conductor de bus, que siempre pide una hogaza pequeña “para el bocata de media mañana”. A las 6:10 aparece Carmen, que compra dos chapatas y cuenta lo que soñó. La clientela temprana es una tribu invisible que se coordina sin WhatsApp. En Madrid, los obradores artesanos han brotado en barrios con alquileres altos y vecinos con prisa, y cada uno inventa su ritual. La fila crece cuando el cielo se vuelve gris claro. Y el primer crujido de la corteza manda callar a todos.

El pan organiza el tiempo de Raquel en bloques exactos: mezclar, reposar, plegar, bolear, fermentar, greñar, hornear. No hay margen para el capricho, hay un ritmo físico que lo exige todo. En temporada húmeda, reduce hidratación y alarga reposos; en días secos, la masa pide agua y cariño. Este oficio condensa una idea simple: si fallas un paso, se nota en la miga. Lo aprende cualquiera que se quema una vez con el horno y vuelve al día siguiente.

Cómo trabaja una panadera que madruga

Raquel prepara un prefermento la tarde anterior con harina panificable, agua al 65% y una cucharadita de su masa madre cuidada desde 2019. A primera hora, mezcla el prefermento con el resto de la harina y agua fría, autólisis corta de 20 minutos, y sal al final. Plegados cada 30 minutos durante dos horas, sin pelear con la masa, solo guiándola. Fermentación en bloque en nevera si el día viene caluroso; si refresca, apuesta por una fermentación ambiente lenta. Y greña con decisión: una cuchilla dudosa deja cicatrices feas.

Quien intenta hornear en casa tropieza con tres piedras: prisa, exceso de levadura y horno mal precalentado. Raquel lo dice con calma, sin juicio, porque todos empezamos torpes. “Dale tiempo al gluten para relajarse”, repite, como si fuese una frase de meditación. Usa vapor casero: bandeja caliente con agua al entrar la masa. Y si la corteza se ablanda, vuelve 10 minutos al horno con la puerta entreabierta. Seamos honestos: nadie hace realmente esto todos los días.

Raquel guarda su frase como un amuleto, y la suelta cuando alguien duda:

“Empiezo de madrugada, pero ver la ciudad despertarse con el olor del pan compensa todo”.

Lo dice sin épica, con harina en las uñas, como quien sabe que el oficio también cansa. Para quienes quieren seguir su ruta, va este mini mapa:

  • Harina que entiende tu clima: prueba dos moliendas y decide por textura, no por etiqueta.
  • Agua fría en verano, tibia en invierno: tu masa te lo va a agradecer.
  • Plegados suaves: mejor tres buenos que cinco furiosos.
  • Greñado claro y profundo: la masa necesita una salida para crecer, no un rasguño tímido.
  • Horno con vapor al inicio, puerta entreabierta al final: corteza que canta.

Lo que queda cuando amanece

Hay días en que el horno se traga una hornada y queda el silencio gordo. También están los días en que un niño muerde una barra y la corteza truena como una fiesta pequeña. Entre esos dos extremos, Raquel sostiene un negocio, paga salarios, discute con proveedores y elige harinas locales aunque cuesten más. En el cuaderno negro donde apunta todo, lo único que no cambia es el primer renglón: “Pan que llegue caliente a la calle”. Esa promesa simple la mantiene en pie.

Punto Clave Detalle Interés para el lector
Horario real Entrada 03:45, primera hornada 06:20, apertura 07:00 Entender el esfuerzo oculto tras una barra crujiente
Proceso Autólisis, plegados, fermentación fría si hace calor Ideas prácticas para mejorar el pan casero
Relación con el barrio Clientes fijos al amanecer, ritual comunitario Cómo el pan teje vínculos cotidianos

FAQ :

  • ¿A qué hora empieza de verdad una panadera artesanal?Raquel entra antes de las 4:00 para que a las 7:00 ya haya pan listo. El tiempo de fermentación manda.
  • ¿Por qué algunas hogazas tienen agujeros grandes y otras miga cerrada?Hidratación, plegados y fermentación. Más agua y fermentación lenta suelen abrir la miga.
  • ¿Masa madre o levadura comercial?Las dos sirven. La masa madre da complejidad y mejor conservación; la levadura acelera el proceso.
  • ¿Se puede hornear buen pan en horno doméstico?Sí. Precalienta bien, usa vapor al inicio y termina con la puerta entreabierta para la corteza.
  • ¿Cómo sé si he greñado bien?El corte debe abrirse con el crecimiento. Si se rasga por un lado, el greñado fue corto o superficial.

1 comentario en “Raquel Morales, 33 años, panadera: “Empiezo de madrugada, pero ver la ciudad despertarse con el olor del pan compensa todo””

  1. Qué bonito leer esto. Vivo cerca y nunca me había parado a pensar en ese silencio del amanecer que describes. La idea de “oler la masa madre para saber el humor del día” me encantó. Gracias por contarlo sin épica barata y con detalles reales: ph, hidratación, greñado… Me dieron ganas de aprender en serio (aunque la madrugda me cueste).

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