Arturo Pérez-Reverte, escritor: “Estoy asistiendo de una manera muy interesada al final de un mundo que es el mío.”

Arturo Pérez-Reverte, escritor: “Estoy asistiendo de una manera muy interesada al final de un mundo que es el mío.”

Lo llama “el final de un mundo”. No suenan violines ni sirenas. Suena el clic del móvil y el eco de una biblioteca que apaga la luz.

La sala está llena y el aire tiene ese zumbido eléctrico de las noches con preguntas. Pérez-Reverte entra con paso corto, traje oscuro, una mirada que primero mide y luego concede. En la mesa, agua, un bolígrafo y el gesto de quien ha aprendido a esperar. Dice la frase casi sin énfasis: “Estoy asistiendo de una manera muy interesada al final de un mundo que es el mío”. El público sonríe, algunos asienten como si reconocieran un olor antiguo. Afuera, una furgoneta de reparto frena contra el bordillo; dentro, él habla de mar, de periódicos, de honor y de lectores que ya no subrayan. Todos hemos vivido ese momento en el que algo familiar se vuelve extraño de repente. Lo cuenta sin nostalgia, con filo. Y lo hace sonar como un mapa secreto. Una advertencia suave.

El mundo que se apaga sin pedir permiso

Cuando Pérez-Reverte dice “mi mundo”, no está pensando en un museo. Habla de códigos: la cortesía que te salva en un puerto, la palabra dada, la lectura lenta con lápiz. Habla de un oficio que huele a tinta, de una mesa con mapas y silencio, de días en los que el riesgo enseñaba más que cualquier manual. Su frase toca un nervio que aún late. El **final de un mundo** no es una explosión. Es una luz que se va sin hacer ruido.

Una tarde, un librero de barrio me enseñó sus estanterías a medio vaciar. No maldecía; sonreía cansado. “Esto no es un velorio”, dijo, “es el turno de otros”. En otra esquina de la ciudad, una biblioteca se convirtió en coworking con café ácido y sofás bajos. Las cifras acompañan esa marea: las pantallas comen horas, las notificaciones marcan el pulso, y solo una parte del público conserva el rito del libro subrayado. No hay tragedia, hay mudanza. Y la mudanza siempre levanta polvo.

El escritor sabe que lo que cambia no es solo el soporte, sino el contrato invisible entre quien cuenta y quien escucha. Se esfumó la autoridad vertical del columnista, se instaló la feria de la atención. Ahora el relato se negocia en directo, entre hilos, memes y réplicas. Él, que fue reportero en guerras, reconoce el terreno movedizo y ajusta la brújula: escribe largo en un tiempo corto, defiende el matiz en un ecosistema que aplaude el grito. Mirar el final de un mundo exige aprender a nombrarlo.

Manual mínimo para mirar el final sin nostalgia

Un gesto concreto: curiosidad sostenida. Reverte no mira hacia atrás como estatua, mira de lado y toma nota. Su método es prosaico: cuadernos con fechas, recortes, voces que regresa a oír, mapas que reconstruyen escenas. Lee a los viejos para entender a los nuevos. Cruza datos con memoria, y cuando algo no le cuadra, pregunta otra vez. Es la vieja gimnasia del reportero aplicada a la literatura.

Un error frecuente es confundir memoria con consigna. La memoria sirve para recordar la complejidad; la consigna solo quiere aplauso. Si todo te indigna, dejas de mirar. Si todo te da igual, te vuelves de piedra. Entre esas dos orillas, él camina apuntando detalles y dejando que el tiempo decante lo que cuenta. Seamos honestos: nadie hace eso todos los días. Por eso valen los hábitos pequeños, los que no hacen ruido y sostienen la mirada.

La tentación de gritarle al presente existe, sí. También la de rendirse ante el algoritmo y escribir como si todo fueran titulares de quince palabras. Él elige otra cosa: pared de fondo, paciencia, oficio. Y una disciplina rara: callar cuando toca.

“Estoy asistiendo de una manera muy interesada al final de un mundo que es el mío.”

  • Gesto 1: leer despacio un artículo largo por día, como quien afila una navaja.
  • Gesto 2: anotar dos líneas tras cada libro, nada heroico, solo una pista.
  • Gesto 3: conversar con alguien que discrepe sin convertirlo en enemigo.
  • Gesto 4: proteger una hora sin móvil a la semana. Parece poco. No lo es.

Lo que aún puede nacer del naufragio

Hay un hilo de oportunidad en ese final que describe. Cuando se cae una casa, queda el solar, y en él caben jardines nuevos si alguien los riega. La literatura no se muere por un cambio de costumbres, se transforma. Los lectores que hoy llegan por una serie o un videojuego, mañana piden relato con espesor. El escritor que entiende la orilla, aprende a tender puentes sin renunciar a su fuste. Queda la voz, que no se imita con filtros. Queda la ética del artesano, que pule aunque nadie lo vea. Y queda, sobre todo, la necesidad de contar para no olvidar. **Literatura de trinchera**, sí, pero también de cocina, de sobremesa larga, de preguntas que vuelven como mareas. En ese cruce entre ruido y silencio, el viejo mapa aún sirve. No porque mande, sino porque orienta. Y a veces, orientar salva.

Punto Clave Detalle Interés para el lector
La frase-núcleo “Asistir al final de mi mundo” como mirada, no como queja Entender el presente sin dramatismo
El método Cuadernos, cruces de lecturas, paciencia de reportero Aplicar hábitos sencillos a la vida diaria
La oportunidad Nuevas formas de contar sin perder la voz propia Ver el cambio como terreno fértil

FAQ :

  • ¿A qué “mundo” se refiere Pérez-Reverte?Al de los códigos aprendidos en la calle y en las redacciones: palabra, oficio, lectura lenta, responsabilidad del que cuenta.
  • ¿Hay nostalgia en su mirada?Más bien una mezcla de distancia y curiosidad. Observa el cambio sin arrodillarse ante él ni negarlo.
  • ¿Qué puede hacer un lector en este contexto?Elegir una dieta informativa con menos ruido, leer largo de vez en cuando y conversar sin trincheras.
  • ¿La tecnología es la “culpable”?La tecnología acelera procesos y multiplica voces. El uso que le damos marca la diferencia.
  • ¿Y los escritores jóvenes?Traen otras respiraciones y otros ritmos. Si suman memoria a su impulso, el campo se ensancha.

1 comentario en “Arturo Pérez-Reverte, escritor: “Estoy asistiendo de una manera muy interesada al final de un mundo que es el mío.””

  1. Merci pour cet article. L’image de la bibliothèque qui éteint la lumiére, c’est fort. On sent le reporter derrière la prose: carnets, patience, cartes. Pas de nostalgie lourde, mais une lucidité qui pique. Ça donne envie de relire lentement, crayon en main, et de se taire quand il faut. Belle écriture.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio