No hay lamento, hay curiosidad afilada. ¿Qué se acaba cuando un escritor que fue reportero de guerra habla de “su” mundo? Tal vez un modo de leer, de pelear, de estar en la calle. Tal vez el ruido nuevo de la época que empuja por la espalda.
En una cafetería de Madrid, una tarde que huele a papel mojado, Pérez-Reverte levanta la vista del café y mira la puerta como si esperara a alguien que llegó tarde. En la mesa, un libro subrayado convive con un móvil que parpadea; el camarero deja el vaso como se dejan las cosas de valor, con dos dedos y respeto. Afuera pasa una nube de mochilas, cascos inalámbricos, prisa. Dentro hay pausas viejas que todavía mandan. Lo cuenta sin levantar la voz, como quien narra una escaramuza antigua que, aun vencida, brilla. La frase queda flotando un segundo más de lo normal. Algo se acaba, dice. Algo empieza también.
El fin de un mundo, visto de cerca
Para él, “el final de un mundo” no es el apocalipsis. Es el desmantelaje silencioso de los códigos que daban sentido a un saludo, a una promesa, a una lectura larga sin interrupciones. En su mirada cabe una plaza llena y una trinchera de barro. También el timeline que no perdona la distracción. Habla de velocidad y de ruido, pero también de una grieta donde todavía entra la luz. En esa grieta, insiste, conviene estar despierto.
La mini-historia es sencilla: una biblioteca de barrio reduce horarios, y en la esquina se abre un local de recogida instantánea. Los chavales entran y salen con paquetes que no pesan más que un libro, pero duran menos. Un lector viejo se queda en la puerta contando anécdotas de capitanes y duelistas, y dos adolescentes se paran a escucharlo treinta segundos. Ya es mucho. Todos hemos vivido ese momento en el que una voz querida nos recuerda que ya no pertenecemos del todo a la fiesta.
En su análisis, no hay trinchera confortable. Asume que la tecnología cambia las reglas y el relato, y que quien escribe debe aprender a bailar en otra música. No va de nostalgias, va de brújulas. El mundo que se va no siempre avisa cuando hace la maleta. Por eso observa con atención casi entomológica lo nuevo que nace y lo viejo que se resiste. Y subraya que “mundo” no es solo época: es temperamento, es gesto, es la manera de cruzar una calle sin perder la dignidad.
Qué hacemos con lo que queda
Una táctica mínima: leer a Pérez-Reverte con el ritmo de los pasos, no con el de las notificaciones. Dos capítulos caminando, dos ideas anotadas a lápiz. El cuaderno como arma blanca, el móvil en modo avión diez minutos. Una conversación a la semana con alguien que no piensa igual. Es un método torpe, sí, pero funciona porque devuelve peso a las frases. Y un peso discreto es una forma de ética.
Error frecuente: confundir su voz incendiaria con una consigna. El autor no pide templos, pide criterio. Si se le lee solo como nostalgia, se le empobrece; si solo como polémica, se le malinterpreta. Seamos honestos: nadie hace eso todos los días. Leerlo es aceptar la incomodidad de una mesa con más sillas de las que caben, con risas, choques y cierta belleza de puerto viejo. Ahí, su “fin de un mundo” se vuelve herramienta, no epitafio.
Hay también un recordatorio directo. Una frase que reclama su sitio y no pide permiso.
“Estoy asistiendo de una manera muy interesada al final de un mundo que es el mío.”
- Pista de lectura: empieza por una novela de aventuras y anota los silencios.
- Clave de contexto: su memoria de reportero pesa en cada escena.
- Contrapeso saludable: busca una voz joven que lo discuta con argumentos.
Una conversación que sigue
No se trata de cerrar una puerta con cerrojo, sino de mirar qué entra por la ventana. El “mundo” de Pérez-Reverte habla de mapas de papel, de cortesía con filo, de biblioteca con olor a madera. Lo nuevo trae otras brújulas, otro tipo de riesgo, algún vértigo que no siempre es mala noticia. En esa mezcla incómoda se cocina algo interesante. Al final, lo que cuenta es qué decidimos salvar en el bolsillo, qué dejamos caer sin rabia. Hay quien rescata una manera de escuchar y quien guarda una palabra exacta como si fuera un fósforo. Lo nuestro, como lectores, es aceptar la conversación y elegir con cuidado. Y, a veces, reírnos un poco del miedo. Porque no hay mundo que se vaya sin dejarnos un mapa escondido bajo la mesa.
| Punto Clave | Detalle | Interés para el lector |
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FAQ :
- ¿Qué quiere decir con “el final de un mundo”?No es catástrofe, es cambio de códigos: cómo leemos, cómo nos hablamos, cómo respetamos una palabra dada.
- ¿Es pesimista o solo realista?Tira de realismo seco. Señala lo que se pierde, pero también lo que nace y merece una mirada sin prejuicios.
- ¿Por dónde empezar a leer a Pérez-Reverte?Por una novela de aventuras y luego una de periodismo o intriga. Alterna ritmos para sentir su doble pulso.
- ¿Qué papel tienen las redes en su figura pública?Amplifican su voz directa y sus choques. Conviene leerlo más allá del tuit: el matiz está en las páginas.
- ¿Qué puede sacar un lector joven de su obra?Una ética del detalle y del riesgo, historias con brújula y personajes que no temen pagar el precio de su elección.










Belle formule, mais confond-on “fin de monde” et simple mue culturelle? Ce qui me frappe, c’est la bibliothèque qui rétrécit pendant que le point‑relais grossit. Peut-être qu’on perd des rituels, pas la lecture en soi.