Maruja Torres, cronista: “Nos quedamos sin conversación, solo con opiniones”

Maruja Torres, cronista: “Nos quedamos sin conversación, solo con opiniones”

Maruja Torres, cronista de oído fino y pluma con memoria, lo formula sin anestesia: “Nos quedamos sin conversación, solo con opiniones”. El diagnóstico no va de nostalgia. Va de un músculo social que se atrofia cuando confundimos velocidad con diálogo.

Una tarde tibia en un café del Raval, dos mesas casi tocándose, escuché a una señora de gafas redondas explicar por qué la ciudad parecía hablar sola. No levantaba la voz. No hacía falta. Cada tanto, sonreía como quien ha visto esta película demasiadas veces y aún se sienta a verla completa. A su lado, los móviles vibraban con notificaciones que parecían mosquitos. Ella dejaba que el zumbido pasara, como si fuera lluvia. “Antes perdíamos tiempo en malentendidos; ahora perdemos personas”, dijo. Me quedé mirando el azucarero, esperando una réplica que no llegó. Y entonces levantó una ceja. Una sola.

La cronista que escucha en tiempos de ruido

Maruja Torres escribe desde un lugar que hoy parece excéntrico: la escucha. No la escucha pasiva, sino esa que anota gestos, silencios, olores. Cuando dice que nos quedamos sin conversación, señala la herida: opinamos a quemarropa, respondemos a titulares, confundimos el pulgar con el pensamiento. El diálogo se hace frágil cuando todo es urgencia. **Escuchar antes de opinar** suena antiguo, aunque sea una forma moderna de resistencia.

Lo vi en un hilo de mensajería de redacción que se incendió por una palabra torpe. Tres mensajes bastaron para alinear bandos. Nadie preguntó por el contexto. Minutos después, en la calle, dos vecinos se enredaban por el ruido del contenedor. Bastó una pregunta suave para desactivar el enojo: “¿Dormiste mal?”. El español medio pasa horas en redes cada día; fuera de ahí, apenas dedicamos unos minutos a charlar sin agenda. En esa proporción se juega nuestra salud cívica.

La lógica es simple: la conversación pide tiempo, los algoritmos venden prisa. La opinión exhibe, el diálogo investiga. Cuando la identidad se vuelve bandera, los matices estorban. Y sin matices no hay puentes, solo trincheras. **Los matices importan** porque nos recuerdan que el otro no es un decorado ni un enemigo, sino un mundo. Maruja, de tanto escuchar, escribe como quien abre ventanas en casas cerradas.

Pequeñas prácticas para hablar de verdad

Una técnica mínima cambia el tono: tres respiraciones antes de responder. No es mística, es higiene del habla. Pregunta breve después: “¿Qué te hizo pensar eso?”. Es un gancho para la historia que hay detrás de la opinión. Cuando llega la anécdota, la temperatura baja. Cuando baja, aparece el acuerdo posible. *Hablar a quemarropa* funciona para descargar, no para entender.

Otra práctica: limitarse a un “no lo sé” cuando sea real. La honestidad desarma. Seamos honestos: nadie hace eso todos los días. Pero una vez por semana ya endereza mucho. Todos hemos vivido ese momento en el que alguien te escucha sin prisa y sientes que te ordenas por dentro. Ese momento aún existe. Solo hay que cuidarlo como se cuida una planta en balcón urbano.

Maruja insiste en el oficio de preguntar. No para cazar contradicciones, sino para regar una historia que todavía no salió. Cuando conversa, ilumina rincones donde el juicio rápido no llega. **La pausa salva conversaciones** porque evita el choque de trenes y deja sitio para el detalle que lo cambia todo.

“Nos quedamos sin conversación, solo con opiniones.” — Maruja Torres

  • Pregunta de arranque: “¿Qué parte te preocupa más de esto?”
  • Regla corta: una historia antes de una tesis.
  • Ritual útil: tres respiraciones y un sorbo de agua.
  • Freno sano: “puedo estar equivocado” dicho en voz alta.

Lo que queda cuando baja el volumen

A veces la conversación no arregla nada y aun así nos salva. Nos salva de volvernos caricatura. En un bar, en una cocina, en un banco de parque, dos personas hilando recuerdos hacen más por la convivencia que cien editoriales encendidos. No es magia. Es una práctica colectiva que devuelve espacio a la duda y a la risa. Maruja lo sabe porque trata con humanos, no con héroes. Y cuando escribe, deja que el lector se asome a una escena sin gritarle qué pensar. Ahí renace la conversación, suave, testaruda, viva. Ahí descubrimos que opinar no era el final del camino, solo el kilómetro uno. Lo demás empieza cuando preguntamos por qué y nos quedamos a escuchar la respuesta. Aunque duela. Aunque tarde.

Punto Clave Detalle Interés para el lector
Escucha activa Pausas, preguntas breves, atención al contexto Mejora discusiones familiares, de trabajo y en redes
Valor del matiz Reducir bandos, abrir zonas grises Evita conflictos inútiles y malentendidos
Rituales simples Tres respiraciones, una historia antes de una tesis Fórmulas aplicables hoy mismo, sin manuales

FAQ :

  • ¿Quién es Maruja Torres y por qué su voz pesa?Es cronista y escritora con décadas de oficio. Ha cubierto guerras y barrios, y guarda memoria del idioma que se habla en la calle.
  • ¿Qué significa “nos quedamos sin conversación, solo con opiniones”?Que priorizamos el titular y el juicio inmediato, y relegamos el intercambio lento donde se entiende al otro.
  • ¿Cómo practicar la conversación en un entorno hostil?Respira, pregunta por la historia detrás de la idea y ofrece un “no lo sé” cuando toque. Es simple y cuesta, justo por eso funciona.
  • ¿Las redes sociales son siempre un problema?No. Son plazas útiles para encontrar temas y voces. El problema llega cuando reemplazan la charla sin cuerpos ni tiempos.
  • ¿Una lectura para entrenar el oído conversador?Crónicas de barrios, entrevistas largas y diarios de viaje. Lo cercano y lo lento afinan el oído mejor que cualquier tutorial.

2 comentarios en “Maruja Torres, cronista: “Nos quedamos sin conversación, solo con opiniones””

  1. Texte nécessaire. Ça fait du bien de lire quelqu’un qui défend l’écoutte avant l’avis. Je vais tester les “trois respirations” aujourd’ui au bureau; si j’y survie, je reviens témoigner. Merci pour la douceur sans sirop.

  2. Sérieusement, y a-t-il jamais eu un âge d’or de la conversation? Ou idéalisons-nous le passé pendant que les cafés étaient déjà pleins de monologues? J’adorerais des exemples concrets hors redactions: quartiers, écoles, bus. Sinon ça reste un beau diagnostic, un peu vague, non?

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