Carmen Díaz, 34 años, ceramista: “Convertir el barro en arte es una terapia y un modo de vida”

Carmen Díaz, 34 años, ceramista: “Convertir el barro en arte es una terapia y un modo de vida”

En medio de ese ruido, hay oficios que te devuelven el pulso, la respiración, la sensación simple de estar. Carmen Díaz, 34 años, ceramista, lleva tres años con las manos hundidas en barro y una certeza que repite sin solemnidad: “Convertir el barro en arte es una terapia y un modo de vida”. Detrás de esa frase, hay hornos, turnos, turnos que queman miedos.

La puerta del taller queda entreabierta y entra un hilo de luz que dibuja el giro del torno. Carmen inclina el cuerpo, aprieta el barro con los codos pegados, y el bloque tímido se centra como si obedeciera un secreto antiguo; el ruido del mundo baja dos niveles, huele a tierra mojada y a café recalentado. Frente a ella, una alumna muerde el labio y ríe cuando la pieza se le vence, un segundo de derrota que Carmen convierte en gesto suave: “Sube despacio, escucha con los dedos”. **El torno canta a su ritmo.** El barro escucha.

De oficina al torno: la vida que Carmen amasó

Antes de abrir su taller en un bajo luminoso de barrio, Carmen trabajaba en un estudio de diseño donde las pantallas no se apagaban nunca. Salía con los ojos cansados y una lista de tareas que no acababa, hasta que un taller de fin de semana le metió tierra bajo las uñas y otra medida del tiempo en la cabeza. Todos hemos vivido ese momento en el que algo te agarra por dentro y te dice “por aquí”, y por ahí se fue: formaciones, noches a horno encendido, primeras piezas torcidas que ahora guarda con un cariño casi vergonzoso.

La primera vez que vendió una taza en un mercadillo de barrio no fue por dinero, fue por la mirada de una señora que la sostuvo como si hubiese encontrado una respuesta. Luego vino Laura, una arquitecta que dejó de apretar los dientes cuando aprendió a centrar la pella; vino un padre que trae a su hija adolescente los sábados para que descargue todo lo del instituto en el barro. En la libreta de Carmen, las listas de espera se alargan y un grupo entra cada mes con esa mezcla de inquietud y ganas. Las piezas nacen torpes, luego se enderezan. Como la gente.

Hay una lógica física en este oficio que el cuerpo entiende antes que las palabras. El centrar obliga a un punto de atención que apaga notificaciones internas, la fuerza se reparte de forma exacta, las manos conversan con la materia y esa fricción ordena la cabeza. La arcilla provoca una respuesta táctil —presión, humedad, temperatura— que te ancla y te deja menos espacio para rumiar. Es trabajo, sí, pero también un pacto con tu paz diaria. Carmen lo dice sin mística: “Si hoy estoy inquieta, el barro me lo devuelve; si respiro, él también respira”.

Oficio y ritual: trucos, errores y manos en la masa

El primer gesto que enseña Carmen es el “amedrentar” la pella: un amasado firme, como doblar una carta que no quieres arrugar. Corta con hilo, gira 90 grados, vuelve a juntar; repite hasta que la textura se homogeneiza y el aire desaparece. En el torno, codos anclados a las caderas, centro de gravedad bajo, agua lo justo para no resbalar ni secar. “Busca el eje, no la forma”, dice. Cuando la pieza sube, no empujes: acompaña. Una pausa breve entre cada subida da más estabilidad que una carrera hacia arriba.

Los fallos se parecen entre sí: demasiada agua, querer estirar sin tener base, miedo a pinzar. Carmen los enumera sin juicio porque ya pasó por ahí. “Seca con la esponja en el borde, no en el vientre; el borde es tu frontera”, insiste. Seamos honestos: nadie hace eso de verdad todos los días. Hay jornadas en las que todo cae y otras en las que una taza nace de una vez, como si siempre hubiese estado ahí. La clave es aceptar esa curva rara y rescatar cada gesto útil: el pie limpio, el hilo a tiempo, la paciencia de no querer que el horno corra antes que tú.

En el taller, la frase se repite como un mantra, sin solemnidad, con café entibiado y risas de fondo. **La pieza te copia el ánimo.** Por eso Carmen defiende un ritmo que no rompa el cuerpo: pausas cortas, estiramientos, hombros abajo. Trabajar seis horas seguidas suena épico, pero el oficio prefiere constancia breve y diaria.

“Convertir el barro en arte es una terapia y un modo de vida”. — Carmen Díaz, 34 años

  • Humedad justa: si brilla como espejo, hay exceso; si raspa, falta agua.
  • Centrado real: si tiembla al mínimo toque, no está centrado; empieza de nuevo.
  • Secado lento: tapa con plástico por la noche, destapa por la mañana.
  • Errores útiles: guarda tres piezas fallidas para ver tu progreso un mes después.

Más allá de la pieza: comunidad, propósito y futuro

En la mesa larga de Carmen, la vajilla no es solo vajilla. Es esa conversación que se abre cuando alguien dice “hoy vengo cansada” y otra responde “yo también”, mientras el barro gira y la vergüenza baja. Hay quien llega por moda y se queda por la calma; hay quien busca vender y termina regalando, y viceversa. En la esquina, una notebook con pedidos modestos y un Excel que por fin no gobierna la vida, sino que la acompaña. **El barro no juzga.** Lo que pides, te exige. Lo que das, te devuelve.

Quien lea esto quizá piense que hace falta un gran estudio, un horno carísimo y un hashtag bendito. No. Un torno de segunda mano, un juego de herramientas básico, un esmalte blanco para empezar y un espacio ventilado bastan para dar los primeros pasos. Carmen lo resume en una frase que desarma: “Vende diez piezas buenas, no cien regulares; cuida a diez clientes y ellos te traerán a otros diez”. La economía del oficio crece mejor cuando crece la relación, no solo el catálogo.

Queda una pregunta flotando: ¿por qué ahora tanta gente busca barro, cursos, talleres que se llenan en dos correos? Porque el cuerpo pide algo que no entregue pantallas. Porque la rutina necesita un lugar donde mancharse sin culpa. Porque la belleza cotidiana —un cuenco que te cabe en las manos, un plato con un borde que ondula un poco— alivia. Carmen mira sus dedos manchados, se ríe: “Dicen que voy lenta. Yo creo que al fin voy a mi velocidad”. Lo que tocas te enseña a medir el tiempo por dentro.

Punto Clave Detalle Interés para el lector
Terapia táctil La arcilla centra la atención y baja el ruido mental con gestos repetidos y conscientes. Aplicable para gestionar estrés sin discursos complicados.
Truco del centrado Codos anclados, agua justa y subida en pausas cortas para estabilizar la pieza. Evita frustraciones de principiante y ahorra material.
Ruta sostenible Empezar con equipo básico, producir poco y bueno, construir comunidad. Modelo realista para quienes sueñan con vivir del oficio.

FAQ :

  • ¿Necesito un horno propio para comenzar?Puedes arrancar sin horno. Busca talleres con servicio de horneado compartido o microtalleres que cobren por bandeja.
  • ¿Cuánto cuesta equipar un rincón de cerámica?Con un torno usado, herramientas básicas y arcilla, puedes empezar por un presupuesto ajustado; el esmalte y el horneado se pagan según uso.
  • ¿Cuánto tarda en estar lista una pieza?Entre secado, primera cocción, esmaltado y segunda cocción, calcula de una a tres semanas según clima y agenda del horno.
  • ¿La cerámica ayuda de verdad con la ansiedad?La combinación de tacto, foco y repetición genera calma en muchas personas. No es milagro, es práctica que ordena el día.
  • ¿Cómo consigo mis primeros clientes?Empieza cerca: amigos, mercados de barrio, ferias pequeñas e Instagram honesto. Muestra proceso, no solo piezas perfectas.

1 comentario en “Carmen Díaz, 34 años, ceramista: “Convertir el barro en arte es una terapia y un modo de vida””

  1. Qué texto más vivo. Se siente el olor a tierra mojada y café recalentado. Me quedo con “vende diez piezas buenas, no cien regulares”: mantra para la vida 🙂 Gracias, Carmen, por bajar el ruido y recordarnos que la ceramica también se respira.

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