Iván Ramírez, 23 años, aprendiz de carpintero: “Empecé por necesidad, pero ahora no me imagino haciendo otra cosa”

Iván Ramírez, 23 años, aprendiz de carpintero: “Empecé por necesidad, pero ahora no me imagino haciendo otra cosa”

Una ciudad que corre, facturas que apremian, oficio que renace a la sombra de las pantallas. Entre necesidad y vocación, Iván Ramírez ha encontrado un lugar que suena a madera viva.

La mañana se abre con el chirrido leve de la persiana del taller y el golpe seco de la bancada, esa mesa que parece respirar polvo de pino. Iván entra con una mochila flaca, deja el móvil boca abajo y se calza los guantes como si fueran un ritual íntimo. El jefe pone la radio, alguien bromea con el café demasiado fuerte, y el primer trazo de lápiz sobre la veta marca el tono del día.

Iván mide dos veces y corta una, no por cliché sino por miedo a desperdiciar una tabla que no sobra. Las virutas se enroscan en el suelo como pequeños collares dorados. “Empecé por necesidad”, dice, sin drama, mientras afila un formón, “pero ahora no me imagino haciendo otra cosa”. La frase queda flotando, pegada a la resina.

El olor a pino lo acompaña hasta el autobús.

La madera que le cambió el rumbo

Iván no llegó al taller por romanticismo. Llegó porque la nevera pedía guerra y los currículos no devolvían llamadas. Un amigo le habló de una vacante como **aprendiz de carpintero**, y entró sin promesas, con un contrato corto y una mezcla rara de miedo y ganas. Lo que encontró no fue solo trabajo: descubrió una forma de estar en el mundo con los dedos.

El primer mueble que tocó fue una estantería pequeña para una librería de barrio. Nada grandioso, pero la clienta volvió con una sonrisa tímida y una foto del hueco ahora lleno de historias. En el taller contaron la anécdota tres veces, como si fuera gol en el descuento. Desde entonces, cada pedido tiene una cara y un destino: una mesa para cenas largas, una puerta que no volverá a quejarse, una cuna que espera nombres.

No todo es épica: hay polvo, plazos que aprietan y días en los que la veta se empeña en llevar la contraria. Aun así, algo básico asoma. Cuando el cuerpo trabaja, la cabeza se aquieta. Cuando el esfuerzo deja huella, la tarde cae más redonda. Hay oficios que ordenan por dentro, y la carpintería hace exactamente eso con Iván: lo sintoniza, como una radio que al fin capta la frecuencia buena.

Cómo trabaja Iván: trucos, ritmo y astillas

Su gesto favorito no es espectacular: es pasar la yema del dedo por el canto, en diagonal, buscando ese filo suave que no araña. Antes, marca con lápiz los cortes y deja 2 milímetros de margen para corregir con cepillo. Usa la escuadra como brújula y la lija como paciencia. Y repite en voz baja: “recto, plano, escuadra”. Tres palabras que le sostienen el día.

Cuando algo falla, no lo tapa con masilla a la primera. Busca por qué cojeó el trazo. Cambia la hoja de la sierra si nota el corte fatigado, limpia el polvo del banco, vuelve a medir. Seamos honestos: nadie hace eso todos los días. En el apuro, el error se disfraza de salida rápida. Él aprendió con astillas en los dedos que los atajos cobran peaje, y que el peaje siempre llega mal.

Los consejos que da a otros aprendices nacen de sus propios tropiezos. “No tengas prisa en el primer corte”, repite. “Cuida las herramientas como si fueran prestadas”. Y una más: “No te creas que el barniz arregla un mal lijado”.

“Lo bonito de la madera es que te devuelve lo que le das. Si la tratas con respeto, brilla. Si vas a golpes, se acuerda.”

  • Rutina de inicio: limpiar bancada y comprobar escuadra con dos piezas a 90°.
  • Truco de cola: poca cantidad y presión con sargentos; quitar el exceso en húmedo.
  • Lijas en orden: 80, 120, 180. No saltar grano. **Trabajo con las manos** que se nota.
  • Kit básico: formones afilados, lápiz blando, metro fiable, paciencia sin prisa.
  • Errores típicos: medir al aire, cortar sin apoyar, barnizar sin polvo cero.

El oficio que vuelve a casa

En su barrio, la palabra “oficio” había quedado vieja, casi de abuelos. Hoy suena distinta. Más gente llama para arreglar lo que antes se tiraba. Las escuelas de FP llenan talleres con chavales y chavalas que no quieren vivir a sueldo de un algoritmo. No hay milagro, hay constancia. Hay maestras de madera que enseñan a mirar, hay encargos pequeños que sostienen el mes, hay vecinos que recomiendan a otros vecinos. Todos hemos vivido ese momento en el que un objeto hecho con calma nos cambia el ánimo. Eso persigue Iván: que una mesa vuelva a juntar gente, que una puerta deje de sonar, que una madera cuente otra vez su historia. Y que el que la hizo pueda llegar a casa con ese cansancio bueno que se quita con agua caliente y orgullo.

La idea principal que se repite en el taller es simple: escuchar la madera como se escucha a una persona. Hay tablones dóciles y otros con carácter. Iván apoya el oído, literalmente, para detectar vibraciones antes de un corte largo. Su jefe se ríe, pero no se burla. Sabe que en ese gesto hay una promesa: si te tomas el tiempo, la tabla te devuelve rectitud. Si impones la fuerza, se defiende con astillas.

Hay días de puro bombo logístico. Un martes, entraron cuatro pedidos a la vez: dos muebles a medida, un cambio de herrajes y un armazón para una barra de bar. El grupo de WhatsApp ardía. En la pizarra, dibujaron un plan con flechas y horas. Entregaron tarde uno y clavaron los otros tres, y aprendieron algo básico: el orden salva la espalda. También el humor. Entre sargentos y lijas, alguien soltó un “¡que no cunda el castaño!” y se quedó el chiste para siempre.

La lógica del oficio no es difusa. Se parece a la cocina: ingredientes simples, técnica y paciencia. Iván entiende que la precisión no es capricho, es economía. Un milímetro mal puesto hoy es una puerta que roza mañana. El barniz no maquilla esos pecados. Si el despiece está claro, el resto fluye. Y cuando fluye, surge algo más raro: el silencio contento del taller, ese que cae cuando cada quien sabe lo que toca. Ahí, el tiempo pesa menos.

Pequeñas victorias que hacen comunidad

Iván habla de futuro sin grandes palabras. Le basta con seguir aprendiendo, cobrar a tiempo y meter hombro cuando entre un encargo que los asuste. Sueña con abrir un espacio compartido donde mezclar madera con barrio: talleres abiertos los sábados, gente que llegue con una silla coja y se vaya con una historia. Dice que la artesanía no es nostalgia, es presente con uñas. Y que en ese presente cabe todo: tecnología para dibujar mejor, reciclaje para gastar menos, rigor para no engañarse. **Orgullo artesano** que no va de postureo, va de trabajo que huele a algo. Pocas cosas calman tanto como un canto bien rematado. Lo sabe él, lo sabe quien se sienta a su mesa.

Punto Clave Detalle Interés para el lector
Aprendizaje en taller real Método de “medir dos veces y cortar una” y rutina de afilado y limpieza Guía práctica para evitar errores y ganar precisión desde el principio
Herramientas esenciales Formones, escuadra, sargentos, lijas 80-120-180, cola justa Lista concreta para montar un kit sin gastar de más
Cultura de oficio Respeto por la madera, ritmo de trabajo, humor de equipo Motivación y claves para sostener el ánimo en días largos

FAQ :

  • ¿Cómo empezar si no tengo experiencia?Busca un taller que acepte aprendices y ofrece horas a cambio de aprender. Un curso corto de seguridad y herramientas te dará confianza inicial.
  • ¿Qué herramientas comprar primero?Un buen metro, escuadra fiable, formones decentes y lijas. La sierra y el cepillo pueden esperar a que entiendas qué uso les darás.
  • ¿Se puede vivir de la carpintería?Sí, con paciencia. Empieza con encargos pequeños, cuida la calidad y el trato. La recomendación boca a boca sigue siendo oro.
  • ¿Cómo evitar los errores típicos de novato?Apoya la pieza antes de cortar, no midas al aire, y no saltes granos de lija. Un banco limpio ahorra problemas invisibles.
  • ¿Madera maciza o tableros?Depende del proyecto y el presupuesto. La maciza da carácter y exige más técnica; el tablero es estable y práctico para empezar.

1 comentario en “Iván Ramírez, 23 años, aprendiz de carpintero: “Empecé por necesidad, pero ahora no me imagino haciendo otra cosa””

  1. Me encantó cómo cuentas el ritual del taller: el olor a pino, la radio, medir dos veces… Se nota el orgullo artesano sin postureo. Como aprediz de ebanistería, me quedo con el mantra “recto, plano, escuadra”. Gracias por recordarnos que el orden salva la espalda y que los atajos cobran peaje. Gran texto.

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